ESPERANDO LA BATALLA - Belgranianos Nº2

 Dr. Luis Horacio Yanicelli

Seguramente no se dice nada original al afirmar que la música es una buena compañía en todos los momentos de la vida. En los de festejos, en los melancólicos, en la soledad y en la dulce compañía, en la diversión como así en la navegación espiritual. Si, la música está presente en todo momento, y lo estuvo en todos los tiempos. Pues bien, también acompañó a los patriotas en los días de la Batalla de Tucumán.
    Las tropas al mando de Belgrano, que entraron a la ciudad de San Miguel de Tucumán el once de septiembre de 1812, armaron campamento precisamente en el centro, frente  al Cabildo, es decir, en nuestra actual Plaza Independencia, que por aquel tiempo se la llamaba Plaza Mayor, y era solo un descampado sin parquizar, polvoriento, con mechones de yuyales y su superficie surcada por las huellas de carretas y bestias.

   Nos cuentan varios testigos, que por las noches antes del toque de queda, (22hs.), se podían apreciar en el campamento numerosos fogones alrededor de los cuales se acercaban los soldados con sus respectivos jefes de unidad, a comer, charlar y por supuesto, a que algún virtuoso interpretase alguna canción para distender los ánimos y relajarse, antes de concluir la jornada de preparativos para la batalla.

  Gregorio Araoz de Lamadrid, un muchachón de unos dieciséis años, entonaba unas deliciosas vidalitas que hacían que el mismísimo General Belgrano, como atraído por un canto de sirena, se acercase a escuchar. Lejos estaban el General y el oficial cantor de saber, que precisamente en su agonía en 1820, Belgrano sería reconfortado en su lecho de enfermo en  Buenos Aires, por las canciones de Lamadrid que estuvo siempre al lado de ese hombre al que tanto admiraba. A veces, cuando el tucumano entonaba zambitas, ya se le sumaba sin preguntar un bombisto con su “legüero”. Y mientras escuchaban las melodías que volaban al viento, se  pasaban de uno a otro un mate itinerante que solo demoraba su circulación, cuando alguno lo devolvía advirtiéndole al “cebador”, que ya estaba “lavao”,  mientras otro sentado masticaba un trozo de charqui cocido en el guiso de papa y legumbres que se había cenado.            

    En San Miguel de Tucumán, y también acampando en la plaza, cuando no durmiendo en la recova del cabildo,  se encontraban los jujeños que lo habían dejado todo al iniciar el Éxodo el 23 de agosto. Esta comunidad representada por sus “decididos”, (es decir soldados voluntarios),  también formaba parte del campamento, expresaba su pena con la voz cascada de alguna coplera,  que mientras hacía sonar su caja desataba su dolor por la tierra querida abandonada, añorando sus cerros de colores, sus ranchos, corrales y el pozo de agua y todo lo querido que habían dejado y cuando no quemado…

   Era parte del Ejército Auxiliar del Alto Perú, el regimiento de Castas, integrado por negros, pardos y esclavos libertos. Estaba al mando del comandante José Superí. Lo integraban unas trecientas almas. Ellos, conservaban la cultura afro de sus abuelos,  que como esclavos habían sido introducidos en el Río de la Plata en el siglo XVI, y en su fogón se podían oír los ritmos que habían traído sus ancestros del África lejana, pero nunca del todo olvidada. Los tambores y marimbas que nunca faltaban, repiqueteaban mientras danzaban sus danzas exóticas. En este grupo también, se lucían levantado polvareda los zapateadores de malambo,  al compás de un golpeteo de palos con retumbar de  parche de bombo. Ojos negros vivaces, sonrisas de dientes blancos de leche, cuerpos que se mueven cadenciosamente al ritmo,  cabellos rizos cubiertos con pañuelos de colores vivos y el golpear de palmas,  acompañan la escena.

   El General Belgrano había dispuesto estos momentos de distracción, y a ser mas precisos, los fomentaba, caminando él mismo entre los distintos fogones mientras que al ser advertida su presencia, que se introducía con la cautela de no desconcentrar a los músicos, era  saludado con todos lo honores que su rango implicaba, y así sorprendía a todos cuando con una sonrisa estiraba su mano al cebador, solicitándole con tal gesto que le cebara un “amargo”.  

   El “Chico majadero”, como le habían apodado al General, por su obsesión con la observancia disciplinaria, generaba esta relación con su tropa, que le acercaba y a su vez fortificaba el liderazgo sobre los mismos. El General gustaba de la música, el mismo tocaba piano y clavicordio, mientras Lamadrid acompañaba con su guitarra criolla y el Capitán de Artillaría el malagueño Salazar, punteaba flamenco, pero esto, en las ter-tulias de las casas de los tucumanos, que eran muy afectos a este tipo de reuniones, donde siempre era posible bailar con las dulces y delicadas damas, un minué, algún que otro valsecito y el infaltable pericón.  

   Cuando los fogones que comentamos, era muy común ver en medio de los soldados, algunos muchachos vecinos que se mezclaban a participar del momento de distracción. Además, mientras el cantor inundaba el ambiente con su meliflua entonación, era oportunidad para acercarse a alguna “chinita” de ojos sugerentes y labios dulces como miel, y tal vez a la tenue luz de la luna en algún rincón discreto y solitario hablarle de amor en esos duros tiempos de guerra… 

   Sonaban las guitarras y los bombos en melodías de zambas, chacareras, mientras los espíritus de los soldados y del pueblo se olvidaban por un momento, que en muy pocos días la guerra marcaría su compás de sangre y muerte.

   Cuando iban a dar las diez de la noche, el trompa se dirigía hacia al centro del campamento, en posición de firme respiraba hondo, tomaba todo el aire que sus pulmones podían robar a la noche tucumana, ceremoniosamente se llevaba el clarín a su boca y tocaba llamando a silencio. La queda comenzaba,  los fogones se callaban, las ruedas de viandantes se dispersaban, cada soldado a su tienda, ya el silencio se apoderaba del campamento. El General Belgrano, marchaba hacia el Convento de los Franciscanos donde tenía sus aposentos. Solo los coyuyos quedaban interpretando su canción… ■  

Publicado en "Revista Belgranianos" Año 1, Nº 2, Septiembre de 2020, ISSN: 2718-6385

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