Celeste y Blanca - Revista Belgranianos N 4

Prof. Cristina Noelia Carreras

En un grano de trigo, se ha dicho, está latente la vida de la especie, la satisfacción de millones de generaciones, la riqueza y grandeza de los pueblos, como en la Bandera viven, se condensan, la tradición, la historia, los ideales de los hombres que la veneran y le rinden el homenaje de sus vidas, haberes y fama.

   Y como el símbolo lo encarna todo, este lienzo que veneramos es la misma Patria.

   Ella vio y alentó la lucha legendaria; ella sintió un vaho de victoria, en el perfume de los naranjos tucumanos, trepó el macizo andino y ondeó gallarda sobre las aguas solemnes del Paraná; tremoló soberbia y magnánima redimiendo a los vencidos en Salta y Tucumán; presenció el estoicismo patriota en Vilcapugio y Ayohuma; fue el talismán de la vida épica de nuestros gauchos y sintió en su entorno agigantarse el heroísmo de los patriotas que vertieron su sangre generosa doquier fuera necesario defender a su bandera.

   A su presencia se detienen todas las bastardas conquistas, y todos los hombres perdidos en los escabrosos mares de la vida tienen un puerto, como cálido regazo de madre.

   A su sagrada invocación todas las depredaciones cesan y un mágico impulso de nobles arrebatos estrechan a opresores y oprimidos.

    Esa musa, ese culto, esa Gran tragedia escrita, esa fuente sagrada de libertad y justicia; es la Bandera de la Patria  ¡Venerable y Santa Enseña! ¡Pendón de los libres, Escudo augusto de los patriotas!

   ¡Manto de redención, mortaja de todos los heroísmos, símbolo bendito de la nacionalidad argentina!

   Manuel Belgrano, síntesis de abnegación cristiana, en un memorable 27 de febrero de 1812, te entregó a la veneración del pueblo argentino.

  Se extiende por igual sobre los gritos de gloria y heroísmo, como por sobre los yerros, las torpezas y las claudicaciones.

   Debemos mirarla como la síntesis magnífica e intemporal de nuestra historia como la expresión misma de la Patria; de esta Hija de la España ascensional, mística y fuerte, Señora de la Cruz y de la Espada.

   ¡Madre nuestra que estás en el templo, en la túnica de nuestra Madre Santísima, en el áureo cáliz de las comuniones y en la albura de nuestros altares!

   ¡Madre nuestra que estás en las almas, en la blanca plegaria de los niños, en la lágrima sentida de la madre y en la visión dorada de todos los hombres de buena voluntad que habitan este maravilloso suelo!

  ¡Hemos de encontrar, todos nosotros y cada uno, los caminos, gestos y acciones que nos permitan incluir a todos y ayudar al más débil, generar un clima de serena alegría y confianza para la grandeza de nuestra Patria!

    Sea nuestra plegaria, para que entre a la gloria, con todas las otras banderas de los pueblos de la tierra y llegue al pie del trono de Dios como una inmaculada enseña de justicia, de redención y paz■

Nota del Editor. La Profesora Cristina Noelia Carreras escribió esta Oración a la Bandera hace mas de 50 años, cuando recién recibida de profesora de historia y geografía, le encargaron el discurso para  el Día de la Bandera.



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